Portada » A propósito del día del Maestro

A propósito del día del Maestro

maestro

En el marco del proceso electoral y a causa de los malos resultados obtenidos en las últimas pruebas Pisa, la Educación comienza a tener un protagonismo que hace mucho no se veía. En estos días se han programado decenas de foros públicos sobre el tema y todos los candidatos parecen estar entendiendo que se trata de algo importante.

El riesgo de esta euforia es caer en lugares comunes marcados por el facilismo. Uno de ellos es poner la lupa sobre los maestros. Es verdad que no hay buena educación sin buenos maestros. También es cierto que no habrá buenos maestros si no se dan las condiciones laborales y salariales que estimulen a muchos jóvenes talentosos para orientar sus expectativas de vida al servicio de la educación. Y, más allá, no serán suficientes los más altos salarios si no hay un cambio cultural que permita valorar esta profesión como una de las más prestigiosas de una sociedad. Tampoco se habrá hecho mayor cosa si las facultades de educación no se convierten en las mejores escuelas de cultura del sistema de educación superior.

Para comenzar a cambiar la orientación de los análisis, vale la pena tener en cuenta que quienes al final se ocupan de los millones de niños que asisten hoy a los colegios del país son precisamente los maestros, entre los cuales hay un altísimo porcentaje de profesionales entregados de cuerpo y alma a su labor, muchas veces en las condiciones más desfavorables. Lo curioso es que cuando al país le va mal en los resultados académicos la responsabilidad recae sobre ellos, pero cuando se exhiben los resultados de progreso, que también los hay, el mérito es de los gobiernos.

Tal vez algunas cosas se pueden ver al revés. Como en los grandes equipos de fútbol, los mejores jugadores del planeta en manos de un mal técnico y de unos dirigentes despistados pueden convertirse en el mayor fracaso deportivo. Si la comparación vale, tendríamos que pensar mejor cómo aprovechar la experiencia, los conocimientos y la consagración de los miles de educadores de muy alta calidad con los que contamos. Habrá que analizar si las administraciones locales proveen oportunamente los recursos educativos, si se asigna la gente apropiada a cada institución, si los rectores son verdaderos líderes pedagógicos, si se les da la autonomía necesaria y si tienen la capacidad de ser los orientadores adecuados para cada comunidad educativa.

Se ha venido insistiendo en que se debe motivar a los mejores bachilleres para que sigan la profesión de maestros. Es un propósito loable, pero no es sencillo. Primero, porque las facultades de educación, en general, no gozan de buena imagen: en muchos casos, parecen centros de pauperización en vez de ser los grandes centros de ciencia y cultura que fueron en el pasado las Escuelas Normales Superiores. En estos centros educativos no se respira la dignidad que se quisiera para la profesión, ni circula la experiencia de quienes se han hecho ejerciendo la pedagogía en las aulas de primaria y secundaria.

De otra parte, los jóvenes de mejores condiciones académicas suelen provenir de estratos altos y allí no prolifera la generosidad que se requiere para profesiones cuya satisfacción central no es la económica, sino el servicio a los demás. A las familias de los jóvenes más destacados no les atrae la idea de que sus hijos e hijas terminen siendo maestros. Por eso el desafío para el sistema universitario es enorme, pues allí es donde se deben potenciar las capacidades y valores éticos de quienes inician sus estudios de pedagogía, a fin de llevarlos hacia ideales personales y éticos cada vez más altos.

Me pregunto si quienes hoy prometen mejorar la calidad de la educación en sus hipotéticos gobiernos tienen claro qué harán para que confluyan todos los astros en vez de recitar el discurso del buen maestro aislado como la panacea universal.

fcajiao11@gmail.com

Francisco Cajiao

Fuente:

El Tiempo.com

 

 

× ¿Cómo puedo ayudarte?